domingo, 20 de octubre de 2013

Abbey Road, o cómo el todo puede ser mucho más que la suma de las partes.

Cuando los problemas llegan, quizá sea buena manera enfrentarlos directamente. Esconder la cabeza bajo el ala, al modo del avestruz, quizá solo sirva para empeorar irremediablemente la situación. Es lo que nos recuerda exquisito Juan Urrutia, en esta curiosa reflexión sobre la lección de Avelino. Pienso en ello mientras escucho el que para mí es, probablemente, el mejor disco de la historia de la música. Y es que resulta que El País, en un atinado esfuerzo de reflotar el socialismo felipista patrio, regala un disco beatle cada fin de semana. Y hoy ha tocado Abbey Road. Fascinante en su conjunto, constituye una verdadera terapia musical en medio de la ruidosa tormenta que acabó para siempre con la unión de los Cuatro Grandes. Probablemente, Octopus Garden y Something/Here comes the sun sean las mejores contribuciones en solitario de Ringo y Harrison. La cara B es una obra maestra Made in Paul ( que, curiosamente, parece ser el beatle más estimado entre los ingenieros de sonido que trabajaron con el grupo). Lennon contribuye con joyas como la maravillosa Come together, y la descarnada I Want You, perfecto presagio de la todavía por concebir Plastic Ono Band. En éste su canto de cisne (acompañado a la perfección con una magistral batería de Ringo), unos Beatles acosados y enfadados con el mundo ponen la otra mejilla, consiguiendo un resultado de proporciones bíblicas. Porque aunque nos intenten convencer con el Thatcheriano lema de Madrid como la suma de todos, siempre hubo algo más allá de la suma de las partes. Y la mejor prueba es este testamento musical eterno, que con la fuerza machacona del martillo plateado de Maxwell, seguirá recordándonos la magia irrepetible de cuatro chicos de provincias que cambiaron el mundo.



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