sábado, 15 de febrero de 2014

Axel Leijonhufvud y aquel viejo zapato marrón

En febrero de 1969, y como una cara B del single de la Balada de John y Yoko, los Beatles nos regalaron Old Brown Shoe, obra maestra de Harrison. Su producción relativamente tosca y el carácter experimental de la grabación de las voces (con George encarado frente a una de las esquinas del estudio para probar el efecto de distintos ecos de lejanía) esconden en cierta manera lo que para mí es una de sus grandes obras maestras. La línea de bajo dibuja una deliciosa melodía propia, acompañada por una magistral percusión, que envuelve el tema. El conjunto se ve rematado con una enigmática letra sobre opuestos que lo hace imprescindible en cualquiera de mis recopilaciones caseras de los Fab Four.


Unos años después, empezando en los duros 70 y evolucionando hasta hoy mismo, Axel Leijonhufvud nos regalaba su particular cara B de pensamiento económico, quizá repleta de imperfecciones y argumentos ambiguos, pero que me parece (como ilustra extensamente mejor que yo el exquisito Juan Urrutia aquí y aquí ) una idea sólida para sentar las bases de una nueva manera de pensar y actuar frente a las crisis financiera de la actualidad. Una idea quizá olvidada y en espera de rehabilitación, como tantas joyas de los cuatro de Liverpool. 


Aquí viene la intuición: la vigilancia y acción deben centrarse sobre los mecanismos que garantizan la estabilidad del sistema. En evitar la aparición y el impacto de esos mecanismos que separan a la economía de su senda de crecimiento (que puede ser entendida como un particular camino de baldosas amarillas hacia la tierra de Oz, pero esta vez sin mago farsante).


En su hipótesis del pasillo neoclásico, nos sugiere Leijonhufvud pensar en dos regiones fundamentales en las que se podría situar la economía de un país a lo largo de su evolución en el tiempo, y que nos podrían ayudar a caracterizar por tanto los ciclos económicos.

  • Región Neoclásica (o “dentro del pasillo”). En ella, los mecanismos de ajuste propios del mercado hacen que las perturbaciones se corrijan, retornando a una senda estable de crecimiento sin necesidad de intervención de carácter extraordinario. Las políticas monetarias y fiscales tradicionales son suficientes para mantener la economía dentro de un equilibrio razonable. En estas situaciones, el ajuste de los precios realiza el trabajo de devolver a la economía a la senda de prosperidad. El gran peso del ajuste lo lleva por tanto la denominada “Mano Invisible” de Adam Smith, y las políticas tienen el único efecto de “suavizar” el impacto de los vaivenes de la actividad (ciclos económicos) sobre el crecimiento. 
  • Región keynesiana (o “fuera del pasillo”). En esta zona, el sistema carece de propiedades de autorregulación. Si una perturbación es lo suficientemente importante (crisis financieras globales, explosión de burbujas especulativas) se ponen en marcha procesos de retroalimentación que en vez de corregir los desvíos los amplifican. La idea general es la misma que la del multiplicador de Keynes-Kahn: un cambio inicial genera un efecto en cadena que aleja a la economía más y más de una hipotética situación de equilibrio “deseable”. Así por ejemplo, podríamos citar los efectos de la quiebra de una gran entidad bancaria. La crisis de liquidez que trae como consecuencia se propaga rápidamente, causando cierres en cadena y restricciones del ingreso de los consumidores que pueden comprometer la estabilidad del sistema y, en última instancia, su existencia misma.

¿Cuál es la anchura del pasillo neoclásico? ¿qué variables nos desvían de él? ¿Qué instituciones pueden aumentar la estabilidad del conjunto?. Podría ser interesante intentar pensar en el rol de las políticas de estabilización en este contexto. La existencia de una política monetaria adecuada ensancharía la región neoclásica, actuando además como un "mullido colchón", en palabras del propio Urrutia, que evita que el tren de la economía se salga de la vía. Es evidente que la adopción de políticas irresponsables (como el recurso a la impresión de dinero para pagar deudas) puede estrechar de tal manera el pasillo neoclásico que cualquier perturbación puede retroalimentarse hasta provocar una crisis de graves consecuencias. Una política monetaria irresponsable sería por tanto el equivalente a retirar la red durante la actuación de un equilibrista. Hasta la más pequeña ráfaga de viento podría tener graves consecuencias sobre la estabilidad del artista. 



La política fiscal enérgica podría pensarse como el “desfibrilador” utilizado en caso de urgencia. Una vez que la economía se encuentra dentro de una de las regiones keynesianas, parece claro que la necesidad de acción es imperativa, pues la existencia misma del sistema puede depender de ello. Sin embargo, se deben señalar en este punto algunas limitaciones fundamentales al empleo del presupuesto público en estos contextos. 


En primer lugar, el buen uso del desfibrilador requiere primero la conexión a una fuente de corriente. Si la economía se encuentra lastrada por un problema de déficit o de un sistema financiero inoperante, difícilmente puede el estímulo fiscal llevarse a cabo sin producir consecuencias incluso peores que las que en principio trataba de remediar. En segundo término, no debemos perder de vista el carácter excepcional de las medidas tomadas en este sentido. De la misma manera que el desfibrilador sólo sería adecuado para situaciones concretas, no se deben confundir remedios coyunturales con estructurales. Se podría argumentar a este respecto que los remedios keynesianos surgieron en un contexto determinado (la Gran Depresión de los años 30) y para responder a una situación determinada, pero que dejan sin resolver aspectos fundamentales para asegurar el buen comportamiento de las economías en el largo plazo (crecimiento de la productividad, mejora del capital humano y las instituciones, etc.). Garicano lo resume perfectamente: ser más productivos para vivir mejor. Y eso implica prestar atención a la mejora del capital humano.


El tipo de políticas concretas que se deberían utilizar parece también un aspecto muy relevante. La primera idea que me parece clara es que se deberían priorizar aquellos gastos públicos que expulsen el mínimo posible de inversión privada. En concreto, gastos en I+D o investigación básica aparecen como claramente adecuados. Por un lado, se trata de aspectos en los que la iniciativa privada podría no intervenir en la magnitud suficiente, debido a la dificultad de obtener rentabilidad a corto plazo de las mismas. Por otro, son garantía de productividad, y por tanto bienestar futuro.

Por último en esta nube desordenada de ideas, quizá, un aspecto importante relacionado con las políticas de estabilización es la secuencia temporal de las políticas. El orden seguido en la aplicación de las medidas dependerá de la situación de la economía en el momento de la crisis. Parece evidente, tal y como señala Leijonhufvud, que la aplicación de políticas monetarias o fiscales al rescate de entidades no puede generar efectos inmediatos en la economía real. Con toda seguridad, las entidades con problemas utilizarán el dinero para cubrir los agujeros de sus balances, y por tanto , las inyecciones de liquidez no se reflejarán en un aumento del crédito para las empresas. Es por ello que la secuencia que se debería seguir ante una crisis del sistema financiero parece clara: en primer lugar, reconocimiento de las pérdidas. Después, intento de reparación del sistema. Y en última instancia, estímulo propiamente dicho. El problema prioritario por tanto será sanear el sistema financiero, ya que se trata de una condición necesaria para que las medidas de estímulo de la inversión tengan un verdadero efecto sobre la economía real, y en última instancia sobre el empleo. 

Incluso por su físico, coincidente en los fundamental con el del manchego inmortal, Leijonhufvud se me aparece como un Quijote entre los Sanchos realistas de la teoría económica actual. Esperemos que, como la obra maestra que enlazo a continuación, sus ideas encuentren el lugar que creo que merecen dentro de la profesión. O al menos, y tal como ocurre en la obra de Cervantes, que el idealismo del hidalgo tiña de esperanza la resignación existencial del escudero.




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