domingo, 16 de noviembre de 2014

Agenda para un cambio contrastado (I) El origen del problema: los años expósitos (2000-2010)

De los felices 90 a los locos años 20, cada década del siglo XX recibió un subjetivo apellido en función de las sensaciones y vivencias que dejó para la historia. No existe unanimidad en las denominaciones entre países ni culturas, porque lo que en un lado va bien, puede ser que en otro vaya desastrosamente mal. No faltan tampoco las denominaciones genéricas ("los setenta" o "los cuarenta"), quizá representativas de la prudencia en calificar unos años tan diversos y convulsos. 

Pero existe un decenio sin nombre conocido ni apellido consensuado, y comprende precisamente esos años que comenzaron en la piel de toro con la hegemonía del Partido Popular y las alabanzas a su buena gestión económica, Según la célebre predicción de Sergio Dalma, bailábamos más pegados a Europa que nunca, e incluso este carácter continental se quedaba pequeño para algunos. Pero lo cierto es que, entre alabanzas al supuesto magnífico gestor que era Rodrigo Rato, se cocinaba la tormenta perfecta cuyos efectos sentimos todavía hoy. 

Por un lado, un sobreestimulado  mercado de la vivienda, que aparecía como la opción más atractiva para ganar dinero en poco tiempo e incluso mantener la riqueza por generaciones. Los bajos tipos de interés que trajo consigo el euro y el tratamiento fiscal favorable echaban combustible a una locomotora que parecía capaz de adentrarnos en un siglo XXI de bienestar nunca alcanzado. 

Por otro, una desastrosa legislación, que permitía a los agentes inmobilizadores convencer legal o ilegalmente a los necesitados y plenipotenciarios ayuntamientos de emprender farónicas obras. En muchos casos, las corporaciones actuaron dominadas por el cortoplacismo, cuando no el afán de lucro de sus insignes administradores.

Y en el medio, una sociedad que veía con despreocupación injustificada como la mayoría de sus todavía inexpertos hijos entraban en un camino a ninguna parte, abandonando los estudios seducidos por el fácil billete verde asociado al pelotazo constructor. Y sí, allí estaban también las famosas cajas, aportando el ficticio carbón del crédito cuando la máquina hacía amago de detenerse.

La apuesta aparece a posteriori como clara. Crecimiento intensivo no basado en el incremento de la productividad (hacer las cosas mejor), sino en incorporar legiones de trabajadores no cualificados a la rueda especulativa. Mientras los precios de la vivienda se incrementaron, pocos advirtieron la desnudez del Rey. Fue tras el pinchazo, ya en plena era de Zapatero el Leve, cuando todo estalló y vimos que, al contrario del consejo bíblico, no habíamos guardado en los años de vacas gordas.

Como adolescente de la época, y estudiante de Economía en los años del Boom, creo que toda una generación que ahora se pronuncia quedó marcada a fuego por los excesos de los que no eran responsables. Una manera de gestionar las instituciones como chriringuitos particulares nos ha sido legada sin comerlo ni beberlo. Las desigualdades persisten y se incrementan, y no han sido los responsables los paganos, fundamentales, sino muchos de los nuestros, De esos con los que compartíamos pupitres en el recién creado último tramo de la Educación Secundaria Obligatoria. Mientras que todos corrieron a atribuirse el mérito del crecimiento (¿con pies de barro?), la derrota no tiene padres, y los que deberían responsabilizarse nos han dejado a la puerta del hospicio. Califiquemos por tanto a aquellos años con el orgulloso apellido de Expósitos. Porque después del espejismo, es necesario el cambio, pero uno fundamentado. Comenzaremos esta segunda quincena una serie con propuestas de los que saben, no sin antes recomendar vivamente este magnífico Tour de Force. Y escuchar a los verdaderos profetas de lo que estaba por venir. A los que quizá no tuvimos en su momento la humildad de prestar atención.





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