martes, 18 de noviembre de 2014

La lluvia de noviembre (III). Warhammer o el distópico futuro de la felicidad pasada.

No sé si fue la falta de rumbo de mi tradicional paseo aleatorio por Argüelles tras la última clase del día, quizá mi inusualmente poblada barba de heavy hetero rolero-soltero o la curiosa camiseta negra que tocó en suerte en el sorteo diario frente a la balda de prendas funcionales dispuestas a embadurnarse de tiza. Pero el caso es que iba pensando en la intuición gráfica detrás del núcleo de un espacio vectorial, cuando me encontré de repente delante del escaparate de la tienda de Games Workshop, sita en la calle de Andrés Mellado.
Un sentimiento de nostalgia y nerviosismo me invadió mientras cruzaba la puerta y veía las miniaturas y sobre todo, a los jugadores de las mesas. Miradas jóvenes con brillo, llenas de ilusión e imaginación. Camisetas negras, pelo largo, rodeadas de un inconfundible acompañamiento de Heavy noventero. Discretamente, observé sus movimientos y onomatopeyas de batalla mientras las tiradas de dados iban despejando la mesa. Con disimulo, hojeé reglamentos, visualicé estrategias, apreté puños ante victorias improbables y recordé momentos inolvidables. Fue entonces cuando un joven dependiente, acreditación al cuello con el nombre de Lir, se ofreció para introducirme en el maravilloso mundo de las novedades de Warhammer. Bebí sus palabras ansioso, mientras mi timidez me impedía pedirle el Nightfall de Blind Guardian de guarnición musical. Me gustó comprobar su entusiasmo y buen trabajo. Recordando en ese momento mi análisis furtivo de los malos resultados contables del último año fiscal de la compañía, mi mente echó mano de una figurada cartera con el objetivo de llevarme media tienda.
Fue entonces cuando las todavía aisladas pero incipientes canas de mis otrora all-negras sienes hicieron mella en mi ánimo. Atropelladamente, me despedí, rumbo a la realidad, quizá temeroso de invertir el sueldo de Agosto en miniaturas y pinturas varias. No sin antes darme ganas de abrazar a toda aquella pléyade de cracks que disfrutaba el viernes tarde en aquel rincón. Y llevando en mis manos esta maravilla, quizá más acorde con mis inquietudes futuras que con un pasado que nunca olvidaré.

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